Tengo la impresión de que nos encontramos a las puertas de un cambio importante en materia de ciencia. No es ilógico si se piensa en la profunda imbricación de la ciencia y la tecnología con la vida cotidiana actual. Los cambios sociales difícilmente permanezcan ajenos a los ámbitos científicos.
Pareciera que el debate sobre ciencia -durante mucho tiempo larvado, subterráneo, y restringido en su alcance- comienza lentamente a hacerse público. Y que los investigadores, por convicciones propias o por presión social, participamos, aun tímidamente, del necesario intercambio de opiniones sobre el significado del desarrollo de la ciencia y la tecnología en nuestro medio.
Ese debate tiene, sin duda, elementos universales, y otros que son profundamente idiosincráticos, propios de nuestro lugar en el Mundo, en el País, y de nuestra forma de concebir ese lugar. Claro, hay aspectos universales en la propia ciencia. Pero otros aspectos de la actividad del investigador dependen de quién, cómo, cuándo, dónde, por qué y para quién investiga. Para nosotros – latinoamericanos, argentinos, cordobeses- la ciencia, como cualquier otra práctica, tiene un significado propio, y unas formas de realización también propias.