Introducción
La decisión de estudiar una carrera profesional como la licenciatura en sociología –es decir, una carrera del área de ciencias sociales– es ya indicativa, aunque sea apelando a la generalización, del perfil de quien la estudia, puesto que estos sujetos dejan en claro con su elección profesional que están dispuestos a vivir fuera de la norma, en tanto que se enfrentarán a una formación poco reconocida dentro de los estándares sociales. De entrada, es lícito pensar que la sociedad en general no ve con buenos ojos tal decisión, especialmente si consideramos que se trata de una sociedad altamente especializada; una que demanda y condiciona a las instituciones educativas para que sus egresados se integren en la cadena de producción de tecnología o en aquéllas que el propio Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología mexicano denomina “áreas prioritarias”. Al identificar espacios reducidos para el ejercicio profesional de un sociólogo, queda clara su falta de reconocimiento, ya que éste remite a la interacción social que estimula al individuo al proveerle de la prueba de su existencia y de su valor a través de la mirada de los otros (Paugam, 2012: 2). Aunque la sociología como disciplina es reconocida en distintos espacios, no sucede lo mismo como
carrera.
Tener estudios se ha convertido en un requisito para ingresar al ámbito laboral. En el caso de las universidades, pareciera que se intenta hacer una economía amplia de la universidad, i.e., se educa para que los sujetos se incorporen al mercado laboral. Al mismo tiempo, esto ha ocasionado mayor demanda en ciertas áreas de la educación superior, y menor demanda en otras. No obstante, no hay un área del conocimiento que esté exenta de padecer un mal laboral. El desempleo, los trabajos informales, los despidos, un mal salario, la competencia laboral, son retos que enfrentan las nuevas generaciones aun siendo universitarias.